Exposición BERMEJO
DESCUBRIENDO EL ARTE ESPAÑOL
El tiempo pone las cosas en su lugar. Y cuando hay grandeza en la creación artística, cuando la técnica es depurada, precisa, cuando a pesar de las normas establecidas en una época, hay innovación, estudio y análisis, el ARTISTA resurge como el Ave Fénix de sus cenizas, su valía y prestigio es reconocido.
Sucedió en 2016 con el Divino Morales, y ahora, gracias a la colaboración con el Museo del Prado, que es de esperar que continúe, y la Fundació Banc Sabadell, los catalanes tenemos una nueva oportunidad de poder ver una muestra ya exhibida en el Prado. Se trata de Bermejo, una retrospectiva única que permite conocer a un gran pintor español, que hasta principios del siglo XX, permaneció completamente olvidado –aunque hasta esta muestra tampoco era muy conocido para el gran público- , perfectamente comparable en calidad y técnica con Jan van Eyck o Roger van der Weyden.
La exposición muestra una obra de carácter totalmente religioso, en la cual no sólo la exaltación de la Fe católica está de manifiesto, sino que ella se muestra a través de un pintor atrevido, novedoso en el realismo expresivo lo que le permite ser considerado como un precursor del Renacimiento en el sur de España.
Nos informa la nota de prensa que Bartolomé de Cárdenas (1440-1501), más comúnmente conocido con el sobre nombre de “Bermejo” (firmaba Rubeus en sus tablas), fue: un genio con una personalidad difícil, un artista rebelde consciente de su talento. A pesar de ser el pintor más cotizado de su época, sufrió la excomunión por incumplir un contrato y fue víctima de la persecución religiosa por su probable condición de judeoconverso.
Contemplando la muestra, no es de extrañar tal aseveración, puesto que estamos ante un pintor que presenta unas obras en las que se puede ver la utilización de distintas texturas – no sólo óleo – lo que le permitía dar un relieve a las mismas, algo inusual en la época.
En la composición de sus obras se puede contemplar una amalgama y diversidad de matices. Iconografías poco comunes en los pintores de la época, e incluso la adaptación de los textos bíblicos, obedece a originales normas, como por ejemplo una desnudez extrema, pero pudorosa, y unas transparencias exquisitas que demuestran el gran conocimiento, la destreza a la manera de los flamencos, y la genialidad de este pintor, que por el hecho de ser judío converso, y sin lugar a dudas, “buscarse la vida”, no dudó en asociarse con maestros pintores de menor calidad y nivel para seguir realizando sus creaciones.
Observada con ojos del siglo XXI, el éxtasis y misticismo que pueden apreciarse en obras de la misma época y posteriores, no es en grado sumo elevado. La representación “teatral” de los pasajes bíblicos configura una percepción un tanto elitista, no para los ojos del vulgo, sino para personalidades amantes del arte, que necesitaban rodearse de obras religiosas, pero que huían de los arquetipos conocidos. De hecho, en el primer texto de sala ya se señala al público que las creaciones de Bermejo fueron advertidas por una serie de selectos comitentes, desde grandes eclesiásticos y nobles hasta distinguidos mercaderes…, lo que conlleva a pensar que, a pesar de su carácter difícil, según cuentan las crónicas, tenía el favor de la clase social alta de la época.
Unas obras donde la gama cromática es sobria, equilibrada y muy bien elaborada, y en la que el juego lumínico aparece siempre de forma racional, centrada siempre en el foco de la figura protagonista de la obra, sin olvidar matizaciones con el resto de personajes de la misma.
Por supuesto, su famoso San Miguel Arcángel, que sirve de portada y cartel expositivo, es de un magnetismo increíble. Con claras referencias a Hans Membling, el espectador percibe esa fuerza y vigor celestial, a través de la representación humana, en base a la potencia de una capa carmesí en contraste elegante y a la vez vehemente de la armadura. Un arcángel con afán de justicia y sin piedad en la mirada para con esa simbología del diablo, de cuerpo de animal antediluviano, deforme en extremo, como representación de la maldad, muy apta para la época. Finalmente, con referencia al personaje arrodillado, que según cuenta la cartela es Antoni Joan, noble mercader y corsario valenciano – evidentemente la nobleza surgió de la piratería – que sufragó el cuadro, posiblemente con la esperanza del perdón celestial.
Tal como ya se ha mencionado a través de los nombres de dos afamados pintores, las influencias flamencas son destacables en la pintura de Bermejo, pero sin lugar a dudas, las matizaciones obligadas por la iglesia católica, hacen del conjunto expositivo, unos trabajos muy suigeneris, perfectamente distinguibles de la pintura de la antigua Flandes.
Merece destacarse también en esta muestra, la diferencia entre las escenas bíblicas y las representaciones de santos o altos personajes eclesiásticos. En las primeras, puede observarse una rigidez en las vestimentas. Jesucristo era pobre, quienes estaban con Él también, y por lo tanto, sus sayos o túnicas son plasmados limpios, sin apenas ornamentos, como lógica a su condición económica. En cambio, cuando en la obra está presente personajes de alto rango, se aprecia lujo en los detalles de sus capas, túnicas, casullas, etc., rostros siempre contemplativos, nunca con expresión de sufrimiento, en espera de la gloria celestial para el perdón de sus pecados.
Igualmente, merece especial atención, por sus connotaciones aparentemente religiosas, no exentas de ciertas y remarcables dosis de lujuria y lascivia, El arresto y la flagelación de Santa Engracia, el único personaje femenino protagonista de las obras, a excepción de la Virgen María.
En ambos, puede observarse a la santa rodeada por hombres, con expresión dura, pero también excitada, con marcada concupiscencia, especialmente ante la flagelación de un recatado cuerpo semi desnudo.
En las cartelas correspondientes, el autor hace especial mención de la riqueza de matices procedentes de la cultura Nazarí, así como, la excentricidad de algunos ropajes o expresiones en sus rostros. Sin embargo, no es difícil comprobar como a pesar de la inexistencia de la palabra sadomasoquismo en la época de Bermejo, en ambas obras, se aprecia veladamente el placer sexual de maltratar y ajusticiar a una mujer.
Por descontado, no puede terminarse esta crítica a esta magnífica exposición, sin dejar de destacar las curiosidades en obras como: “Cruz procesional con el busto de Cristo y los instrumentos de la Pasión”. En un periodo de tiempo como el siglo XV, donde la cultura estaba en manos de la Iglesia, y algo de la nobleza, las imágenes de tal relato bíblico debían ser impactantes para personas que, aunque pertenecientes a una clase social elevada, desconociesen el leer y escribir, pero fueran fervientemente religiosos, y precisaran de la imagen para su devoción e incluso fanatismo, más que para la “reflexión cristológica” como indica la cartela.
Ni tampoco puede dejar de citarse los extraordinarios trípticos: el de la “Piedad” y el de la “Virgen de Montserrat”.
Las diferencias estilísticas en ambos son abrumadoras. Ambos bellísimos, de inusitada perfección, y en los que se aprecia el empleo de colores brillantes, que recuerdan a los pigmentos usados para la iluminación de las miniaturas. También el detallismo aplicado, así como la plasmación de paisajes, en las dos obras observados al aire libre, siendo las diferencias en ambos una marcada austeridad, sencillez de planteamiento y personajes en el de la “Piedad”, y un abigarrado encuentro de personajes, elementos urbanos, y un sinfín de detalles de diversa índole en el de la “Virgen de Montserrat”, que para Bermejo no era morena, sino de nívea tez.
Mucho más, y con entusiasmo (el relieve de la Piedad en madera de 1490, la extraordinaria y conmovedora Piedad Desplà, en la que la cantidad de detalles es inconmensurable, el reverso del tríptico de la Virgen de Montserrat, etc.) podría hablarse de esta exposición, que en verano viajará a la National Gallery de Londres. Cada obra es un compendio de maestría, inteligencia, innovación y destreza, a pesar de que algunas piezas no fueran 100% Bermejo, debido a la asociación con otros pintores por sus talleres, no obstante, la mano y las disposiciones del maestro es incuestionable, hasta tal punto que fue imitado y falsificado, tal como puede verse en la exposición, a principios del siglo XX, en la que su figuro, después de un largo letargo, fue de nuevo valorada y reivindicada – al igual que ocurrió con El Greco – gracias al interés de coleccionistas extranjeros por la Edad Media.
Una exposición única y extraordinaria, digna de análisis, no sólo en el aspecto artístico, sino en el teológico y social, que se completa con un interesante y muy ilustrativo catálogo, además de un video explicativo de la restauración de algunas de sus obras.
MNAC
Palau Nacional, Parc de Montjuïc, s/n
Barcelona