Exposición: 5 MIRADAS 5 MUJERES
Cinco fotógrafas: una década prodigiosa
Desde Anna Atkins (1799-1871), considerada la primera fotógrafa, hasta nuestros días han sido muchísimas las mujeres que se han dedicado profesionalmente a la fotografía, aunque la mayor parte de ellas, a pesar de que realizaron un trabajo increíblemente bueno, no han sido reconocidas hasta hace bien poco. Un hecho que gracias a la convicción, tesón y pasión de muchas de las fotógrafas que vinieron después ha ido cambiando. En España, desde los tiempos en que Joana Biarnés (1935), Isabel Steva Colita (1940), Marisa González (1945) o Cristina García Rodero (1949) eran raras avis en el panorama de la creación fotográfica, se ha pasado a un escenario muy animado por la gran pluralidad narrativa visual creada por mujeres.
Este nuevo horizonte se fraguó con una generación nacida desde finales de los cincuenta a principios de los setenta, que con su actitud detrás de la cámara cambió el rol tradicional de la mujer ante el objetivo, de objeto a sujeto, siendo ahora ellas las que miran, las que observan, y además con un lenguaje renovado que ha dado lugar no solo a un profundo cambio de paradigma, sino también a un sinfín de trabajos extraordinarios.
No creo que haya una mirada femenina, sino universal, como tampoco veo la correspondencia entre género y una manera de fotografiar; lo que sí hay en las creaciones de todas estas fotógrafas es una revisión de los estereotipos femeninos y masculinos al construir nuevos relatos que rompen el guión tradicional que nos ha sido asignado tanto a mujeres como a hombres.7
Y esto es precisamente lo que la exposición 5 miradas, 5 mujeres quiere mostrar al público, los nuevos enfoques que han aportado con sus trabajos cinco fotógrafas españolas excepcionales, dos de ellas Premio Nacional de Fotografía (Ouka Leele en 2005 e Isabel Muñoz en 2016), que han nacido entre 1951 y 1970. Cinco mujeres que han sabido asimilar las dificultades que el medio fotográfico les plantea para enriquecer al máximo este ámbito hasta convertirlo en inabarcable, sorpresivo y bellísimamente insondable. Cinco miradas transversales, cinco lenguajes creativos, cinco maneras distintas de entender el hecho fotográfico, pero también con puntos en común, como el afán de experimentación, el análisis de género del retrato y el interés por reflejar una subjetividad que trasciende lo individual e indaga en su dimensión colectiva.
Una de las más veterenas, Bárbara Allende Gil de Biedma, más conocida como Ouka Leele (Madrid, 1957), protagonista y musa de la Movida madrileña, es una artista de amplio registro, pintora, poeta, escritora, cineasta. Sus obras fotográficas aúnan la tactalidad de la pintura –colorea en atractivos y vistosos tonos sus instantáneas– y la poética de las palabras traducidas en imágenes para recrear escenificaciones de carácter realista pero con marcado acento espiritual, mitológico o ensoñador. Con una sensibilidad especial para captar la esencia humana en el retrato o el autorretrato, a veces el suyo propio, pero otras a través de los demás, que utiliza como vehículos autobiográficos porque, como afirmaba Calvo Serraller, Ouka Leele no ha dejado de presentarse continuamente como una artista enmascarada1.
En esta muestra se exponen cinco obras, entre ellas el emblemático autorretrato Herida como la niebla por sol (1987), Me levanto por la mañana, hay un gran charco en mi casa (1986) o Generoso encuentro con la belleza (2007), tres poemas visuales que, como decía su amigo el Hortelano, hablan al espectador sin usar palabras.
También con la voluntad de captar la condición humana se entronca el trabajo de Isabel Muñoz (Barcelona, 1951), una de las mejores fotógrafas en el manejo de la platinotipia –un antiguo procedimiento de impresión sobre platino–, que aplica en sus magníficos retratos de tipo antropológico. Esta técnica, como explica la artista, aporta durabilidad y gran belleza a las copias por la amplitud de tonos, desde el negro cálido hasta una amplia gama de grises, y la reproducción de luces tan sutil que se consigue con ella. Isabel Muñoz ha comentado muchas veces que en sus comienzos su obsesión era encontrar un soporte idóneo para reproducir la piel, algo que ha ampliado a la representación del cuerpo humano, en el fondo una excusa para plasmar los sentimientos y emociones en su estado más puro.
En esta exposición se muestran dos series que condensan el amplio registro de la fotógrafa. Etiopía (blanco y negro, 2005) refleja, en palabras de la propia autora, esa búsqueda de vernos representados en el otro, el eslabón más cercano a lo que éramos en los albores de la humanidad. En Agua (platinotipias a color, tomadas en 2016-17 bajo las aguas del Mediterráneo y Japón), la autora, para hacer hincapié en la destrucción de los mares, retrata a los modelos envueltos en plásticos de invernadero; el resultado es una bella sinfonía en la que los cuerpos ingrávidos danzan en un medio líquido, con la que compone una metáfora del nacimiento del ciclo de la vida, que es también la del planeta.
Ana Palacios (Zaragoza, 1972) reivindica el poder de la fotografía para cambiar realidades locales que a su vez son globales. A primera vista podría parecer una fotógrafa documental especializada en retratar problemáticas africanas, pero lo que la diferencia es que ella fotografía las soluciones y está empeñada en mostrarnos que no hay una única historia de África, pobre y sin futuro. Premio de Prensa de Manos Unidas, entre otros muchos galardones nacionales e internacionales, es autora de tres libros: Art in Movement (Uganda), Albino (Kabanga, Tanzania) y Niños esclavos.
La puerta de atrás (que consta además de un documental). Palacios demuestra que ese tópico de que la fotografía apegada a la realidad social es un arte bienintencionado pero menor es totalmente falsa. Y es que el trabajo de esta fotógrafa “nos muestra ejemplarmente cómo las distinciones entre el valor artístico y el valor social de la fotografía, entre imagen como construcción estética e imagen como elemento de comunicación, constituyen en el fondo falsas dicotomías”2. Sus fotografías, de una factura técnica impecable, aúnan la reflexión sobre el mundo en el que vivimos y una belleza conmovedora.
El trabajo de Rosa Muñoz (Madrid, 1963) tiene un eje fundamental, el paso del tiempo y la memoria, para reflexionar a su vez sobre temas que nos atañen a todos, como la globalización y lo que esta conlleva de pérdida de la identidad histórica y cultural. Algo que, por otra parte, está muy relacionado con el hecho de dedicarse a la fotografía porque, como explica Rosa Muñoz, “fotografiar es reflejar fragmentos de la memoria de ese tiempo, conservar y preservar, al menos en parte, aquello que ya es pasado”. Y lo hace literalmente “construyendo imágenes” para recrear escenografías de mundos inventados, deshabitados, y edificaciones imposibles,
unos escenarios que antes de la llegada de la era digital ella misma montaba durante días y luego fotografiaba, un ejercicio muy interesante porque, en sus propias palabras, “conseguía llevar a la realidad lo que imaginaba mentalmente”. Justamente en esta muestra se exhibe Habitación con vistas (1992), de la serie Casas, su primera incursión en la fotografía escenificada, en la que Rosa Muñoz homenajea, con cierto toque de nostalgia poética, la decoración de las viviendas humildes de los años sesenta y setenta en España. El resultado son unas imágenes entre surrealistas y fantásticas, con un enigmático halo de realismo mágico.
Las imágenes de Concha Pérez (Valladolid, 1969) gira también en torno a la memoria, la de los lugares que fueron habitados en el pasado y que se han convertido en espacios vacíos, desolados. Esta “pensadora de imágenes” reflexiona en sus obras sobre la capacidad del ser humano para “interactuar” con el medio natural y nos muestra algunos de sus frutos más devastadores en series como Lo que nos queda, donde disecciona los entornos urbanos, y más concretamente los modelos de ocupación en las ciudades contemporáneas,
con el fin de reflejar cómo estos espacios habitados y habitables están en constante cambio debido a las acciones que los ocupan y transitan. Además, Concha Pérez utiliza la manipulación informática para crear atmósferas ficticias, entre el límite de lo real y lo irreal, como en Play Room, una serie en la que la artista elabora una metáfora sobre el límite, la frontera, pero no en el sentido espacial, sino como algo mucho más profundo, entre lo permitido y lo prohibido, lo visible y lo oculto, lo personal y lo público.
Texto realizado por Ángela Sanz Coca
ANSORENA, Galería de Arte
Alcalá, 52
Madrid